NUESTROS FUNDAMENTOS BÍBLICOS


LA BIBLIA

La biblia, así como la conocemos hoy (en español) es una traducción de las copias de los manuscritos originales escritos en su idioma original y que a su vez son copias del autógrafo que se consideran las “Sagradas Escrituras” (2Ti. 3:15).

 

Se denominan “las Sagradas Escrituras” porque su inspiración es divina, fue Dios mismo quien inspiro a los autores humanos que escribieron en diferentes tiempos, épocas y situaciones las palabras que Dios mismo les dictó, mostró e inspiró (2Ti. 3:16; 2Pe. 1:21).

 

Al ser de inspiración divina se asegura de manera absoluta que el texto de las Sagradas Escrituras” no tiene error, lo cual la hace un texto inerrante, y por lo tanto trasmite con absoluta precisión lo que Dios hablo y quiso hablar a los hombres.

 

Al mismo tiempo, las sagradas escrituras, al ser de inspiración divina, no solo son “inerrantes” en su redacción, sino que también son infalibles en su propósito, porque lograran exactamente los que Dios desea. Y es que Dios se revela por medio de las Sagradas Escrituras. Todo lo que hoy conocemos y sabemos de Dios provienen de las Sagradas Escrituras, ellas son la fuente desde donde emana la descripción de todos los atributos de Dios; su omnisciencia, omnipotencia, omnipresencia, amor, justicia, soberanía, eternidad, santidad, etc. nos son trazadas por medio de las Sagradas Escrituras.

 

Es por medio de las sagradas escrituras que entendemos la condición caída del ser humano y el despliegue progresivo de todo el plan redentor de Dios por medio de su Hijo Cristo desde el principio. Jesús mismo referido a las sagradas escrituras dijo; “ellas son las que dan testimonio de mí” (Jn. 5:39).

 

En síntesis, las sagradas escrituras son el reporte escrito de todo lo que Dios habló y tenía que hablar a los hombres. Compilada en Antiguo y Nuevo Testamento, las sagradas escrituras conforman el comunicado final de todo lo que Dios tiene que decirle al hombre (la raza humana). Por ende, fuera del testimonio fiel de las sagradas escrituras ya no hay más revelación divina ni doctrinas nuevas que Dios quiera comunicar al hombre, cualquier enseñanza por fuera de las sagradas escrituras se considera inmediatamente falsa y satánica.

 

En concreto, las sagradas escrituras son la compilación del testimonio fiel de lo que Dios habló. Escrita en diferentes épocas y por diferentes hombres comunes que Dios mismo escogió, mantienen la sincronía de un mismo autor, “Dios”.

 

Al ser autoría de Dios son de carácter autoritativo, es por medio de ellas que el Espíritu Santo de Dios nos habla hoy y por medio de ellas se nos enseña cómo debemos vivir y se nos marca la conducta que debemos seguir.

 

Hoy por hoy, si bien no contamos con los manuscritos originales (los autógrafos y sus copias), nos servimos de la biblia como una traducción confiable (no todas) del texto original de las sagradas escrituras, aunque es trabajo de todo cristiano escudriñarla cuidadosamente bajo el escrutinio de los textos en su idioma original (interlineales del texto hebreo, griego, arameo) para alcanzar una precisión en su interpretación.

 

DIOS

Dios es “inescrutable” (Sal 145:3) [no se puede saber ni averiguar], e “inaccesible” (1Ti. 6:15) [no se puede llegar a Él], lo que implica de forma directa y absoluta que ningún hombre lo ha visto jamás ni puede verlo (Jn. 1:18; 1Jn. 4:12; Ex. 33:20). Estas verdades bíblicas nos posicionan y nos ubican al momento de hablar de Dios. Por lo tanto, Dios no puede ser definido por la imaginación de hombres (Hch. 17:29) ni representado de ninguna manera.

 

Las “Sagradas Escrituras” nos revelan a Dios hasta donde nuestra capacidad y mente finita pueden entender a un Dios infinito. Así como el mar no cabe en un vaso, del mismo modo entender la grandeza inescrutable de un Dios excelso no puede caber en la mente humana. Sin embargo, Dios se revela al hombre de muchas maneras.

 

Las sagradas escrituras nos hablan de Dios, y solo por medio de la revelación divina del Espíritu Santo de Dios podemos entender quién es Dios. No podemos decir más de lo que la biblia dice respecto de Dios ni mucho menos decir cosas por fuera de lo que la biblia afirma de Dios.

 

“Dios es Espíritu” (Jn. 4:24), es lo que Jesús mismo le dijo a una mujer samaritana, y esta divina verdad revela aspectos esenciales de cómo es Dios, y al mismo tiempo limita al hombre con sus cinco escasos sentidos en su intento fallido por definir o representar a Dios, porque un espíritu no se puede ver, no se puede dimensionar, no se puede cuantificar, no se puede describir, no se puede representar, no se puede calificar ni tampoco se puede palpar. Esta verdad absoluta nos muestra en primera instancia que Dios no tiene un ordinal ni un cardinal, dada nuestras limitaciones Él es mucho e infinitamente único. Tan simple como el vocablo “Dios” que es un plural de una silaba, no tiene espacio, ni tiempo, ni límites.

 

Es no solo atrevido sino también insolente que el hombre defina con doctrinas preconcebidas como es Dios y a su vez las establezca como fundamentos esenciales para la Iglesia. Y es que no podemos definir sencillamente a Dios con palabras; ni con “una palabra” ni con “un millón de palabras”, de hecho, no hay lenguaje humano que pueda definirlo, porque Él es Dios, y tal como Él mismo dijo de sí mismo “YO SOY EL QUE SOY” (Ex. 3:14).

 

Ahora, podemos afirmar con seguridad y toda certeza como es Dios por medio del testimonio fiel de las sagradas escrituras:

 

Dios es Uno (Dt 6:4) y no comparte su gloria con nadie (Is 42:8), es Eterno (Gn. 21:33; Dt. 33:27; Is. 40:28; Ro 16:26; Sal. 90:2; 1Ti. 1:17), es Invisible (1Ti. 1:17), es Infinito, que no tiene principio ni fin (Job 11:7-9; 26:14), antes Él es el principio y fin de todo lo creado (Ap. 1:8; 21:6; 22:13; Is. 41:4; 44:6; 48:12), es el Creador Supremo (Gn. 1:1-31) y sustentador de todo lo creado (Hch. 17:24-25), Él hace morir y Él hace vivir (Hch. 17:25; Dt. 32:39; Is. 54:16; 1Sa 2:6), Él es fuego consumidor (Dt. 4:24; 9:3; Is. 33:14; He. 12:29), Él es Santo, (Is. 6:3; Ap. 4:8; 1Pe. 1:16), es Omnipresente (Sal. 139:1-2 y7), es Omnisciente (He. 4:13), es Omnipotente (Gn. 17:1; Ap. 4:8; Sal. 135:6), es Soberano (Ef. 1:11; Ro. 9:13-16), es Inmutable (Stg. 1:17; Mal. 3:6), es Sabio (Ro. 11:33; 16:27), es Perfecto (Dt. 32:4), Él es Juez Justo (Sal. 7:11; 2Ti. 4:8; Ap. 16:7), Él es Amor (1Jn. 4:8,16), Él es Bueno (Sal. 73:1; 107:1; 145:9; Lm 3:25; Mt. 19:17) y Misericordioso (Ex. 34:6,7; Sal. 36:5; 57:10; 103:11; 108:4; 136:5), Él es Vida (Jn. 17:3), Él es perdonador (Mi. 7:18-19). Él es la única fuente de todo ser, de quien, por quien y para quien son todas las cosas (Ro. 11:33-36; Hch. 17:25).

 

EL HOMBRE Y EL PECADO

El hombre es creación de Dios (Gn. 1:26-27), diseñado por Dios y hecho a imagen y semejanza de Dios fue creado perfecto con la función específica de señorear la creación (la tierra y todos los animales), sojuzgarla y fructificarla (Gn. 1:26-28). Aunque el hombre fue creado recto para con Dios (Ec. 7:29) y todo era perfecto desde el momento de la creación toda esa rectitud y perfección se corrompió por causa del pecado. Desgraciadamente el hombre fue engañado por satanás y desobedeció a Dios en uno de los únicos mandamientos que se le había dado [no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal] (Gn. 3). Fue una tragedia, el hombre desobedeció a Dios y debido a que Dios es Santo, Santo, Santo (Is 6:3) y habita en Santidad (Is. 57:15) y nada corrupto puede habitar junto a Él, el hombre fue inmediatamente destituido de la gloria de Dios (Ro 3:23), lo cual significa muerte. Y es que al ser el pecado una infracción de la ley de Dios (1Jn. 3:4) y su paga inmediata la muerte (Ro 6:23), el hombre murió en sus delitos y pecados (Ef. 2:1) alejados de Dios para siempre.

 

Al ser el primer hombre y la primera mujer los que pecaron (Adán y Eva), y siendo ellos la estirpe de la raza humana, la muerte no solo entró en el mundo, sino que además se pasó a todos los hombres por cuanto todos pecaron (Ro. 5:12). Fue desde este trágico momento que reino la muerte en el mundo sobre todos los hombres sin excepción (Ro. 5:14), porque al nacer todos de una misma naturaleza (Hch. 17:26) corrompida por el pecado nos convertimos en pecadores por naturaleza.

 

Nacemos como súbditos del imperio de la muerte (He. 2:14) esclavizados a la ley del pecado (Ro. 7:23; 8:2; 2Ti. 2:25-26) y vivimos totalmente corrompidos (Ro 3:10-18; 23), entregados a la inmundicia y concupiscencia de nuestros corazones (Ro. 1:24-32).

 

Esta trágica condición solo revela una verdad absoluta; Toda la humanidad está condenada a muerte eterna apartada de Dios para siempre, y al mismo tiempo este calamitoso cuadro evidencia la urgente necesidad que tiene todo hombre de un Salvador que pueda redimir sus trasgresiones justificándolo y regenerándolo para con Dios. (Ro. 5:8: 6:23).

 

JESÚS EL HIJO DE DIOS

Jesús el Cristo es el “Hijo de Dios” (Mr. 1:1; Lc. 1:35; Jn. 3:18; Ro. 1:4; He 4:14; 1Jn. 4:15; 5:20) que vino al mundo en condición de ser humano [naturaleza humana; carne y hueso] (Fil. 2:6-7) pero no de simiente humana (corrupta) sino concebido de forma sobrenatural y milagrosa por el Espíritu Santo de Dios en el vientre de una mujer virgen llamada María (Lc. 1:31-35) [una mujer común con necesidad de salvación como cualquier otra (Lc. 1:47-48)]. Al ser Jesús de concepción Divina [pero de naturaleza humana], fue un hombre sin pecados y vivió sobre la tierra una vida sin pecados (2Co. 5:21; 1Pe. 2:22; He. 4:15).

 

Ahora, fuera de esta esfera terrenal el Hijo de Dios, Jesús, es Preexistente, existe desde la eternidad pasada y vive por los siglos de los siglos (Col. 1:17; Jn. 17:5 y 24; He. 13:8). Lo inescrutable e insondable de esta verdad es que Jesús el Hijo de Dios no es alguien aparte de Dios el Padre, sino que en esencia son uno (Jn. 10:30; 14:9b-10; 1Jn. 5:20-21). Las escrituras presentan desde su inicio a un solo Dios (Is. 45:5-6,21; Dt. 6:4; 32:39), lo que implica que Jesús y Dios son la misma esencia. Jesús el unigénito Hijo de Dios existe desde toda la eternidad en el seno del Padre (Jn. 1:18; Jn. 17:5 y 24; He. 13:8; Jn. 16:28), y aunque nuestra mente no puede comprender este misterio con precisión de todos modos debemos remitirnos a los que las escrituras testifican de Dios y su Hijo.

 

Teniendo en cuenta esta verdad (recién expresada arriba) afirmamos que Jesús el Hijo ES Dios manifestado en carne, el Dios invisible (1Ti. 1:17) e inaccesible (1Ti. 6:16) tomo forma de hombre y por medio de Jesús el Cristo el Hijo de Dios se manifestó a los hombres (1Ti. 3:16; Fil. 2:6-7; Jn. 1:14; Is. 52:6), y tal como la misma escritura afirma; “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Jn. 1:18), lo que implica que Jesús el Hijo de Dios es la imagen corpórea del Dios invisible (Col 1:15; 2:9; He. 1:3; Jn. 14:9b). Debido a que ningún hombre podía acceder a Dios (1Ti. 6:16), Dios mismo se rebajó y se humillo a nuestra condición humana para que nosotros los hombres podamos conocer y entender al Dios Invisible solo y únicamente por medio de Jesús el Cristo el unigénito del Padre Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Col 2:9)

 

Esta última verdad (Col. 2:9) nos enseña y afirma que en Jesús el Hijo de Dios reside la totalidad de los atributos divinos de Dios, los cuales se identifican claramente en el testimonio fiel de las sagradas escrituras:

 

* Dios el Creador (Is. 42:5; He. 11:3), Jesús es el Creador (Jn. 1:3,10; Col. 1:16-17; He. 1:2,10; 1Co 8:6; Ro. 11:36)

* Dios el buen Pastor (Sal. 23:1) = Jesús es el buen pastor (Jn. 10:11,14)

* Dios la Luz (Sal. 27:1; Dt. 30:20) = Jesús es la Luz (Jn. 8:12; 1:9)

* Dios es Vida (Dt. 30:20; Hch. 17:24) = Jesús es la Vida (Jn. 1:4; 14:6; 1Jn. 5:20; Jn. 17:3; Col. 1:17; He. 1:3)

* Dios es Salvación (Sal. 48:14) = Jesús es Salvación (Hch. 4:12)

* Dios el Gran YO SOY (Ex. 3:14) = Jesús el YO SOY (Jn. 8:58)

* Dios el primero y el postrero (Is. 44:6; 41:4) = Jesús el principio y fin (Ap. 1:8; He. 13:8)

* Dios es Señor de Señores (Dt. 10:17) = Jesús es el Señor de Señores y Rey de reyes (Ap. 17:14; 1Ti. 6:15)

* Dios es Glorioso y no comparte su gloria con nadie (Is. 42:8) = Jesús fue glorificado con la gloria de Dios (Fil. 2:9-10; Jn. 17:1,5 y 24; He. 1:3)

* Dios es Eterno (Is. 40:28) = Jesús es Eterno (Col. 1:16)

 

En resumen, Jesús es Dios, y todas las cosas son de Él y para Él Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” (Ro. 11:36); (Sal. 2:7-8; Mt. 28:18; Ef. 1:20-22)


EL PLAN DE SALVACIÓN DEL HOMBRE

Por causa de la caída del primer hombre (Adán y Eva) en el huerto de Edén (Gn. 3), y siendo ellos la estirpe de la raza humana, la naturaleza del hombre se corrompió para toda la posteridad (Ro. 5:12).

Todo hombre que nace sobre la faz de la tierra nace con su naturaleza corrompida por el pecado, y por ende [por causa del pecado] nace alejado de Dios. Si bien intenta vivir bajo un patrón moral, por dentro está lleno de deseos inmorales e impiedad que nunca podrá reprimir ni dominar, y al final terminará cediendo parcial o completamente a dichos impulsos pecaminosos; engaños, adulterios, fornicación, asesinatos, violaciones, robos, hurtos, masturbación, insultos, peleas, coimas, vicios, alcohol, drogas, idolatrías, vanagloria, orgullo, envidia, egolatría, homosexualismo, lesbianismo, bestialismo y toda clase de mal (Ro. 1:29-32; 3:10-18; Tit. 3:3; Ef. 2:1; Col. 3:5; 1Pe. 2:1).

 

Esto implica, que el hombre es incapaz de revertir su naturaleza pecadora (Ro. 3:12) y en consecuencia está condenado por Dios. Y del mismo que un solo delito computado a un delincuente (ladrón o violador) lo condena a una justa sentencia sin importar las cosas buenas que haya hecho, así también, un solo pecado cometido contra Dios sentencia al hombre a la pena de muerte eterna (Stg. 2:10), y por más cosas buenas que haya hecho, jamás podrá revertir esa condena.

 

Y es que Dios en su perfecta Justicia aborrece la maldad (Sal. 5:4; Ro. 1:18) y esta airado contra el impío pecador todos los días (Sal. 7:11), el malo sencillamente no habitará junto a Dios (Sal. 5:4; 101:3), porque Dios no tendrá por inocente al culpable (Nah. 1:3; Nm. 14:18), castigará al malo y satisfará las demandas de la Justicia Divina enviando al infierno al pecador [lago de fuego] (Ro. 2:5-11; He 12:29; Mt. 25:46; Ap. 20:11-15).

 

Sin embargo, a pesar de que el hombre por causa de su desobediencia y rebeldía a Dios fue condenado a “muerte eterna” por exclusiva culpa en una Justa e irrevocable sentencia, de todos modos, Dios el Juez Justo (Sal 7:11), en su grande amor y misericordia, decidió salvarlo (Tit. 3:4-5) sin pasar por alto su condena.

 

Como el carácter propio de la Justicia Divina radica en que se haga justicia no teniendo nunca por inocente al que es culpable (Nah. 1:3; Nm. 14:18), Dios, en su perfecta sabiduría trazó un perfecto plan para salvar al hombre de su condenación sin pasar por alto su condena y sin comprometer su Justicia y Santidad.

 

Siendo que Dios es inaccesible, y el hombre por causa de su pecado no puede acercarse a Dios para mediar por si mismo, Dios se acercó al hombre por medio de su Hijo Jesús el Cristo (1Ti. 3:16), como el único Mediador [entre Dios y los hombres] delante de la Justicia Divina (1Ti. 2:5; Hch. 4:12). Jesús vino al mundo en forma humana y vivió una vida complaciente al Padre en perfecta obediencia.

 

Debido a que Él nunca pecó (2Co. 5:21; 1Pe. 2:22; He. 4:15), la muerte no tenía ningún efecto sobre Él (porque la muerte es consecuencia del pecado), no obstante, como el Mediador de los hombres, a fin de reconciliarlo con Dios (Ro. 5:11; Col. 1:20), interpuso su vida sin pecado para salvar al hombre pecador (Ro. 5:10). La Justicia divina exigía la sangre de los pecadores, y “sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados” (He. 9:22), y Cristo, por medio de un Pacto Eterno con Dios (He. 13:20), se ofreció a sí mismo para derramar su sangre y expiar todos los pecados del hombre sufriendo en su lugar.

Su sacrificio y su sangre fue aceptado por Dios para expiar todas las culpas y transgresiones del hombre en un solo sacrificio ofrecido una única vez (He 9:12, 26; 10:10) para satisfacer toda la ira de la Justicia Divina destinada al hombre (Ro. 5:9). Cristo, como el único Mediador ofreció su sangre para reconciliar definitivamente al hombre con Dios bajo los términos de un Nuevo Pacto (Mt. 26:28; Mr. 14:24; Lc. 22:20; 1Co. 11:25; He. 9:15; He. 12:24)

 

De este modo, Jesús el Cristo, el Hijo de Dios, cargo con la sentencia del hombre pecador y murió su muerte (Ro. 5:7-10); Todas las maldades y trasgresiones del hombre les fueron imputadas sobre sus lomos y la Justa ira de Dios destinada para todos los hombres [pecadores] cayó sobre Él. Fue violentamente azotado y clavado en una cruenta cruz como un vil malhechor que no merece vivir ni un día más sobre la tierra y allí murió (Mt. 27:15-66; Mr. 15:6-47; Lc. 23:13-56; Jn. 18:38 al 19:1-42). Cristo sustituyó a los hombres en esa cruz y pagó la totalidad de sus deudas con la Justicia Divina, y en ese glorioso intercambio [sustitución] les computó también todos los méritos de su vida santa y perfecta a favor del hombre, declarándolo así sin culpa [justificación] (Ro. 5:1-21) en el tribual de Dios para nunca morir y estar eternamente con Dios.

 

Después de su muerte, Jesús el Hijo de Dios, resucitó corporalmente de entre los muertos y ascendió al cielo (Mt. 28:1-15; Mr. 16:1-8; Lc. 24:1-12; Jn. 20:1-10), y se sentó en el lugar más prominente de los cielos (Fil. 2:9-11; Ef. 1:20-22) asegurando la justificación del hombre por medio de su sangre derramada en la cruz (Ro. 4:25). Ahora, como el único Mediador entre Dios y los hombres intercede por ellos en el cielo (He. 4:14; 8:1-2; Ro. 8:34) asegurando su victoria [la de los hombres] sobre el pecado y la tentación.

 

El hombre accede a esta salvación gratuitamente solo por medio de la fe (Ef. 2:8-9), a través de creer en Cristo Jesús como Señor y Salvador (Ro. 10:8-13). Es una salvación otorgada completamente por Gracia de Dios de forma soberana (Ro. 9) a quienes creen verdaderamente en Jesús el Cristo.

Creer verdaderamente en Cristo no es aceptar solo su historia, sino arrepentirse genuinamente de los pecados cometidos y poner toda la esperanza en la muerte expiatoria de Cristo en la cruz del calvario por medio de una autentica fe. No se trata de solo un simple remordimiento, sino de una conversión interna del corazón que empieza por despreciar el pecado que antes se amaba y a amar la ley moral de Dios que antes se aborrecía (Mt. 5 al 7), se trata de una autentica trasformación que se evidencia por medio de buenas obras (Ef. 2:10; Stg. 2:14-26) como producto de caminar en obediencia a Cristo y su palabra.

 

Desde una perspectiva fuera de la “esfera terrenal”, las escrituras nos enseñan que Dios nos escogió soberanamente para salvación antes de la fundación del mundo, y trazo nuestro peregrinaje cristiano por este polvoriento mundo con una vida santa y sin mancha delante de Él (Ef. 2:10). En otras palabras, Dios predestinó la salvación de todos los que habrían de creen en Él para ser adoptados como hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús para alabanza de la Gloria de su Gracia (Ef. 1:4-6; Ro. 8:29-30).

Pero, volviendo a nuestra perspectiva terrenal, aunque la salvación del hombre es una decisión divina trazada por Dios y que depende solamente de la gracia soberana de Dios, de todos modos, las escrituras nos enseñan que el hombre es responsable de sus acciones (Jn. 3: 36; Stg 1:13-14).

 

Finalmente, esta “buena nueva de salvación” se proclama por medio de la predicación del evangelio. Dios les ha dado el privilegio a hombres convertidos, de cooperar en la proclamación de su plan de salvación a toda criatura en todo lugar (Mt. 28:18-20; Ef. 3:10; 2Co. 5:20; 1Pe. 2:9), anunciando que solamente el sacrificio de Cristo en la cruz puede proveer el perdón de nuestros pecados (Ro. 5:8-11; 6:23), y que es la única forma en la que los hombres pueden pasar de la esclavitud del pecado a la libertad de la muerte, de la oscuridad de las tinieblas a la luz de Cristo, y de la muerte eterna a la vida eterna (Ef. 2:1-2).


EL ESPÍRITU SANTO

El Espíritu Santo es la esencia invisible de Jesús el Cristo completando su obra en el interior de cada creyente (2°Co. 3:17; Jn. 14:17-18; Ro. 8:11). Cristo en su forma corpórea realizó su obra expiatoria como nuestro sustituto en la cruz del calvario cargando nuestra condena, pero por medio de su Espíritu Santo nos sustituye en nuestra vida diaria viviendo su vida en nosotros para conducirnos a la santidad y voluntad de Dios (Ga. 2:20; Ef. 3:17; Jn. 14:20). Esta parte de la obra de Cristo en nosotros se llama “Regeneración” (Tit. 3:5) y es la marca que autentifica y distingue a los verdaderos cristianos.

 

Una vez que Cristo Jesús completo su obra en la cruz como el “Cordero de Dios” (Jn. 1:29) y luego de haber resucitado y ascendido al cielo envió su Espíritu Santo para que obrara como nuestro “Consolador” (Jn. 14:18 y 26; 15:26; 16:7), y del texto griego esta palabra [del gr. parákletos] significa también “Defensor, Intercesor, Abogado”, que explica y expande la función y obra del Espíritu Santo en la vida de todo creyente.

 

En síntesis, el Espíritu Santo es Cristo Jesús (2°Co. 3:17; Jn. 14:17-18) obrando en el interior de todo creyente para revelar a Dios y transformarnos a la plenitud de su Hijo Jesús el Cristo.

Si bien las sagradas escrituras [la biblia] describen el obrar y grandeza de Dios, la revelación de los misterios y sabiduría de Dios vienen solo por medio del discernimiento y capacitación que el Espíritu Santo da (1Co. 2:10), porque nadie conoce las cosas secretas de Dios sino tan solo el Espíritu de Dios y aquel a quien Espíritu Santo las quiera revelar (1Co. 2:11-14). Pretender conocer a Dios sin la ayuda y capacitación del Espíritu Santo es imposible para el hombre, no es algo que esté al alcance del ser humano, y por más que emprenda una investigación exhaustiva de Las Escrituras [la biblia] al final nada conocerá de Dios, porque únicamente Dios se revela al hombre por medio de su Espíritu Santo (1Co. 2:14; Jn. 16:13-15; 1Co. 2:10). Solo por medio de la obra del Espíritu Santo de Dios entenderemos Las Palabras de Dios en Las Escrituras (Jn. 16:13), y esa enseñanza permanecerá eficazmente en nosotros (Jn. 14:26; 15:26).

La evidencia más clara de Su presencia es la convicción de pecado que actúa en el hombre cuando entiende su condición miserable y la Santidad y Justicia de Dios, porque en primera instancia la obra del Espíritu Santo es convencer al mundo de pecado, de justicia y de juicio de Dios (Jn. 16:8-11), y a partir de allí guiarnos en una vida nueva no conforme a los deseos pecaminosos carnales sino según el deseo de Dios (Ro. 8:9-11; Ga. 5:16; 24).

 

El Espíritu Santo es el “sello o marca” (Ef. 1:13; 4:30) de autentificación de un verdadero hijo de Dios, porque la única manera en la que nos convertimos en hijos de Dios es solo por medio del Espíritu Santo de Dios el cual nos adopta para Dios (Ro. 8:15; Ga. 4:6) y nos guía hacia Dios (Ro. 8:14) y nos atestigua que somos hijos de Dios (Ro 8:16) y es la garantía de que heredaremos las promesas de Dios (2Co. 5:5). Por tanto, cualquiera que diciéndose creyente, no haya recibido ni degustado del Espíritu Santo de Dios sencillamente no es de Dios (Ro 8:9).

Esta verdad implica que el Espíritu Santo vino de Dios y mora en cada creyente, permanece en cada hijo de Dios (Ro. 8:11; 1Co 3:16; Jn. 14:23), al mismo tiempo que lo capacita con sabiduría de lo alto (Hch. 6:10) y con poder en su interior para permanecer en la esperanza de Dios y vencer la tentación y el pecado (Ef. 3:16; Ro. 15:13).

A su vez, el Espíritu Santo también faculta a cada creyente con alguna capacidad extraordinaria para servir en la obra de Dios (la Iglesia), se llama “don Espiritual” y es otorgado únicamente por medio del Espíritu Santo (1Co. 12:4-11; Ef. 4:11).

 

Finalmente, la virtud más imprescindible y notable de la obra del Espíritu Santo en cada creyente es la “Regeneración y Santificación”. Dios es Santo y desea que nosotros seamos santos (1Pe. 1:16), y la obra del Espíritu Santo en nosotros es causar y generar esa santidad. Debido a que el hombre no tiene capacidad de vivir en santidad y satisfacer a Dios, el Espíritu Santo obra santidad en cada creyente (1Pe. 1:2; 2Ts. 2:13) purificándonos por medio de la obediencia a Dios (1Pe. 1:22), y regenerando el corazón y la mente del hombre caído (Tit. 3:5) hacia una nueva naturaleza, la mente y el corazón de Cristo, para ya no producir obras de maldad según la carne sino frutos de amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza que son propios del Espíritu Santo (Ga. 5:22-23).


 

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